lunes, 22 de abril de 2013

Enseñar y aprender en el camino de libertad


Cada época tiene sus modas, es fácil de apreciar, pero también sus convencimientos, sus propios valores que se cambian con el tiempo, si bien algunos de estos perduran tras una selección y se asientan formando un tejido conceptual en la sociedad. La labor de la Enseñanza es trasmitir estos contenidos a las generaciones más jóvenes como una pretensión de perpetuarse los mayores a sí mismos. Corroborando a E. Durkeim, sociólogo del siglo XIX, una de las acciones más primarias que ha tenido el hombre es enseñar a sus semejantes, de esta forma el primero se perpetúa y el segundo se humaniza, se hace como la sociedad quiere que sea. El educador es un trasmisor de esos modelos conforme al prototipo de persona que la sociedad idea.
Cabe el peligro, no obstante, de diseñar una enseñanza muy sobrecargada de contenidos ideológicos, una escuela más ocupada en inculcar fervores y certidumbres inquebrantables que en suscitar un pensamiento crítico. Proviene de sociedades rígidas o de gobiernos autocráticos. Por el contrario, en sociedades democráticas se busca la apertura y la aceptación plural, el educador debe adoptar una postura abierta por respeto al discípulo, dejar una ventana por donde pueda penetrar la modificación, la crítica que permita la renovación, mantener la máxima de “enseñar a aprender”; el método aplicado conviene que sea la dialéctica, el razonamiento, la argumentación para que el alumno pueda aportarse a sí mismo unos conocimientos tras una reflexión.

Por lo tanto, ha cambiado la forma de enseñar y, aunque sea un poco repetitivo exponer el pasado, conviene hacerlo para evitar los mimos errores. En el recuerdo de muchos están aquellas escenas de cuando entrábamos en la escuela, formábamos filas por clases, nos cuadrábamos y nos poníamos firmes, se izaban las banderas, cantábamos el himno nacional con la letra de José María Pemán, seguidamente el Cara sol y el Oriamendi. Marcando el paso entrábamos en el aula presidida por un crucifijo acodado por Franco tonante y José Antonio con correaje, se rezaba una oración. Ese modelo respondía a unas concepciones autoritarias, monolíticas e irreflexivas. Los contenidos de las materias conceptuales, como la Historia, Geografía, Filosofía u otras también estaban tamizados bajo ese prisma ideológico. Era una enseñanza para crear adeptos. Las asignaturas de Religión y Formación del Espíritu Nacional se impartían hasta tercer curso de carrera universitaria.
Todo eso cambia con la entrada en vigor de la Ley General de Educación de 1970, primero, que, aunque acata los principios generales del Movimiento y Leyes fundamentales, aspiraba a la formación humana integral, el desarrollo armónico de la personalidad y la preparación para el ejercicio responsable de la libertad, inspirados en el concepto cristiano de la vida.Estructuraba la enseñanza en EGB, BUP y Formación Profesional. Más tarde, la trasformación valorativa del alumno se terminaría con ley orgánica de 1990, conocida por LOGSE, que se pone como objetivo la formación del alumno en la libertad, la tolerancia, la solidaridad de una manera crítica y en una sociedad plural, con valores éticos y morales. Se admite ya la diversidad, la opinión discrepante, la complejidad.  Es más, se responsabiliza a colectividad en una tarea que es de todos a través el Consejo Escolar, donde tienen también representación los alumnos.

Lo peor de una educación cerrada es carecer de ideas divergentes y no poder contrastar, valorar y seleccionar. La formación que recibe así el alumno no puede ser más que un resultado sesgado, consecuencia también, y a veces, de un docente que no ha sabido ahondar en los valores de la diversidad. La enseñanza implica una labor de arte que con la exigencia coactiva obliga al alumno a descubrir y a que florezca la plena libertad de escoger, incluso que pueda manifestar una rebeldía responsable. Aprender y enseñar es descubrir caminos de libertad, una de las facultades de hombre.
            Burgos, 19 de marzo de 2013

Santos María Martínez

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